La hoguera de las vanidades (1989) está dirigida por Brian de Palma y basada en la novela homónima de Tom Wolfe. Libro que no he leído, por lo que todas mis opiniones son acerca del film como tal, y no como adaptación.
Se trata de un tipo de películas que desgraciadamente ya no se hacen. A día de hoy la mayoría de obras cinematográficas insisten en inscribirse en un género determinado, incluso las buenas, y son pocos los estrenos que uno no se atreva a clasificar. Sin embargo nos encontramos ante una obra que tiene parte de drama, parte de comedia e incluso parte de historia "policíaca" o de juzgado.
Lo mejor (y para algunos puede que lo peor) de La hoguera de las vanidades es que parece incapaz de tomarse en serio a sí misma. Su desarrollo es totalmente convencional y su trama en un principio seria, pero está poblada de pequeños excesos, detalles que en ocasiones rozan el surrealismo y que en este caso acercan una película común al título de buena película. Secundarios como el fiscal del distrito que busca desesperadamente un caso en el que condenar a un blanco en el Bronx para ganarse el voto de la comunidad negra o el periodista borracho interpretado por Bruce Willis; historias como la del carrito lleno de mierda o la del avión que lleva árabes a la Meca; situaciones delirantes como la escena de la fotocopiadora o la de la escopeta. Todo son pequeños y no tan pequeños elementos del guión que, de no aparecer, dejarían a este film como uno más.
Pero La hoguera de las vanidades también ofrece interesantes reflexiones sobre temas como lo peligroso del "racismo positivo" o discriminación positiva, el poder manipulador de la prensa, la falta de escrúpulos en la lucha por el poder o la diferencia entre la justicia como valor o derecho y la justicia como proceso legal.
No estamos ante un peliculón con todas las letras, pero sí ante un film que se deja ver y que bien merece un par de horas muertas que dedicarle.
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