Hay pocas cosas que uno pueda afirmar hoy en día que tiene claras. La mayoría de lo que uno sabe y cree puede cambiar radicalmente de un día para otro, pues vivimos en un tiempo en que nada parece verdad y siempre hay algo escondido. Pero en mi caso, y en el de mucha gente, aún quedan cosas que uno puede atreverse a afirmar que las tiene del todo claras, aunque nunca llegue a saberlo ciertamente.
Una de estas cosas es el hecho de que, si bien es cierto que todo el mundo tiene el derecho a una segunda oportunidad, en determinados casos más valdría que no existiera ese derecho. Uno de estos casos es el de una persona que ha abusado sexualmente de un niño o niña. Lo políticamente correcto y la tradición cristiana nos dice que por mucho mal que alguien haya hecho, siempre debe existir la posibilidad de redención. Pero en un caso en que se ha infligido tanto daño, en que se ha arrebatado la inocencia de una persona sin formar y se la ha marcado de por vida, uno tiende a pensar que el castigo hacia el agresor no debería terminar nunca. La pederastia no es un delito común, todo el mundo lo sabe, por lo que no debería ser castigada como un delito común, sino como la aberración que supone.
Sin embargo, como ya he comentado, por muy claras que nos parezcan nuestras ideas nunca podemos asegurarnos de su inmovilidad. Debo aquí hacer referencia a un par de películas muy recomendables: Little Children (Juegos Secretos en su traducción al castellano; Todd Field, 2006) y El Leñador (Nicole Kassell, 2004). Ambas son películas muy recomendables, sobretodo la primera. Ambas tratan el tema de la pederastia, pero desde una perspectiva cuanto menos original: el punto de vista del agresor, habiendo éste quedado en libertad al cumplir su pena de cárcel. Ambas ofrecen interesantes reflexiones sobre el tema, especialmente El Leñador. En ésta, Kevin Bacon interpreta el papel principal, el del pederasta arrepentido Walter. En Little Children el personaje del agresor sexual queda en un plano secundario. Pero ambas ofrecen la versión de un pederasta que admite su culpa, que se considera enfermo y que hace todo lo posible por cambiar. Lógicamente, nadie se lo pone fácil.
Ambos films están realizados e interpretados de forma tan acertada que, viéndolos, uno no puede evitar llegar a sentir empatía y compasión por la persona que en la vida real considera un engendro. Al acabar de visionar cada cinta, con varios meses entre una y otra, me resultó imposible no replantearme ideas y creencias que creía fuertemente arraigadas. ¿Puede un pederasta ser víctima de sí mismo? ¿Se puede creer en su arrepentimiento? ¿Existe la posibilidad de que llegue a controlar sus impulsos y pueda conseguir, al fin, la redención?
Son preguntas que dejo en el aire, pero la reflexión más importante que me gustaría transmitir es lo maravilloso que resulta la posibilidad que una obra cinematográfrica pueda llegar a remover todo cuanto uno cree y conoce.
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