domingo, 11 de septiembre de 2011

Teenoir








Brick (2005), del debutante Rian Johnson, basa su originalidad en una arriesgada propuesta consistente en trasladar un guión propio del cine negro, género tradicional y claramente delimitado, a un contexto adolescente. De esta forma, tenemos por un lado unos personajes y situaciones característicos de este género clásico: el detective freelance de moral abiertamente ambigua, su fiel compañero que le proporciona apoyo, la mujer fatal, el jefe gángster, interrogatorios, peleas y traiciones. Por otra parte, la acción tiene lugar en emplazamientos tales como un instituto, su aparcamiento, el despacho del director o una casa en un barrio residencial. Todo ello siguiendo una trama que, a pesar de su sencillo punto de partida, llega a enrevesarse de tal forma que en ocasiones, especialmente durante una primera parte, puede llegar a abrumar al espectador debido a las constantes referencias a gran cantidad de sucesos y nombres.

Ciertamente, un planteamiento así hace temer un grado de surrealismo que roce el ridículo. Y, en determinados momentos, lo que ocurre en pantalla es casi delirante, pero lejos de lastrar el desarrollo lo que consigue es dotar a la película de un encanto que, junto con el buen sentido del ritmo de la narración, transforman este film en una obra casi de culto. Una fotografía centrada en la desolación y frialdad de los paisajes urbanos de extrarradio le confiere al conjunto una dureza e impacto que casan a la perfección con lo adulto del guión, que coloca a unos personajes al final de su adolescencia en una situación de inusitada madurez. El cuidado apartado sonoro, desde la banda sonora hasta los efectos de escenas como la de la persecución con navaja, acaba de redondear una película más que notable.

Puro cine negro, frenético en ocasiones, ambientado de forma magistral en un contexto original, en el que se ha suprimido prácticamente la presencia de tecnología como ordenadores y teléfonos móviles, lo que ayuda a que la mezcla funcione. Una muestra del extraño resultado de esta fusión la ofrecen los reiterados planos de las piernas y pies del protagonista: el contraste entre los tejanos modernos y unos zapatos clásicos propios de un vestuario más maduro ofrece la metáfora perfecta para reflejar lo que propone Brick. La renovación, casi reinvención de un género que esperemos establezca las bases para más películas como ésta.

Merece también una mención el joven reparto encabezado por Joseph Gordon-Levitt. Los que, como yo, le prestaran atención por primera vez en la estupenda (500) Días Juntos (Marc Webb, 2009) y considerasen que no acababa de encajar en su papel en Origen (Christopher Nolan, 2010) se sorprenderán de lo bien que reparte y encaja tollinas en esta película.

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