domingo, 12 de abril de 2009

Lo que queda de la vida



Lo que queda del día, dirigida por James Ivory, está ambientada en una mansión inglesa en la década de los 30 del siglo XX. Cualquiera que tenga un mínimo conocimiento de la historia contemporánea sabrá que en aquella época Europa entera estaba en tensión ante el auge de los fascismos y en concreto ante la llegada de Hitler al poder y el rearme de Alemania. En ese contexto, la película cuenta como el amo de la mansión en cuestión, un aristócrata inglés con mucha influencia en la política y con ideas afines a la Alemania nazi, organiza una serie de reuniones con políticos muy influyentes de las principales potencias mundiales para propiciar un acercamiento del resto del mundo hacia Alemania. Lo interesante es que vemos la historia desde los ojos del mayordomo y jefe del servicio de la casa, Stevens(magníficamente interpretado por Anthony Hopkins). Pero paralelamente a los acontecimientos políticos, la trama sigue la relación de éste con el ama de llaves, la señorita Kenton(Emma Thompson).

Stevens es un hombre que vive para su trabajo, que durante toda su vida ha perdido completamente su vida privada para dedicarse única y exclusivamente a la profesional. Muestra una capacidad inusual para retener sus sentimientos, aunque quizás se trate de una incapacidad inusual para expresarlos. Pero su vida empieza a cambiar cuando llega el ama de llaves, y durante años se van enamorando uno del otro.
Quiero hacer un paréntesis aquí para declararme un ferviente detractor de los dramas románticos, pues me suelen aburrir sobremanera. Mas no nos encontramos ante este tipo de películas, pues aquí no aparece ni una pizca de romanticismo ni momentos sensibleros.
Como decía, el mayordomo y el ama de llaves se enamoran. Lo que en otra historia puede parecer algo bonito y entrañable, en esta no se ofrece esta visión. El amor que sienten es un amor no declarado, y desde luego no deseado por parte de Stevens. La pareja(en el sentido de que son dos personas, no en el de una pareja estable) en casi ningún momento mantiene contacto físico, y las muestras de cariño del uno hacia el otro son inexistentes. Puede parecer una trama poco atractiva, y sin duda lo sería sin las magníficas interpretaciones de los actores protagonistas. Anthony Hopkins, en uno de sus mejores papeles, consigue mostrar en todo momento lo que siente el personaje con tan sólo una mirada o un silencio. Siempre serio, inmutable, siempre atento únicamente a su trabajo, pero sus ojos lo revelan todo. Incluso la más que notable actuación de su compañera de reparto empequeñece ante la soberbia de Hopkins. En la memoria de aquellos que hayan visto la película permanecerá aún la escena del libro, con toda su pasión contenida.

La película también invita a una reflexión acerca de la importancia de no dejar escapar las oportunidades, ya que uno puede llegar a arrepentirse por ello toda su vida.

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