viernes, 8 de junio de 2012

La tormenta de hielo

El director taiwanés Ang Lee toma una novela de Rick Moody como base para elaborar un retrato de la sociedad norteamericana de principios de los años setenta. Su atención se centra en dos familias vecinas de clase burguesa que residen en una pequeña ciudad cerca de Nueva York. 

El principal problema que se nos muestra en el film La tormenta de hielo (The ice storm, 1997) es la dificultad que pueden llegar a experimentar los miembros de una familia a la hora de comunicarse entre sí. Generalmente suele hablarse de "falta de comunicación", pero si tomamos estrictamente el concepto de comunicación veremos que no puede haber falta de ella, pues es imposible no comunicarse. Lo que suele ocurrir, como en el caso de estas familias protagonistas, es que fallen los mecanismos para comunicarse de forma eficaz y satisfactoria. En este sentido observamos a dos familias totalmente disfuncionales, cuyos miembros no saben, no pueden o quizá no quieren comunicarse de forma eficaz entre ellos. 

Sin embargo, no es éste el único problema que sufren. Si algo caracteriza esta película, como sugiere su título, es la frialdad que reina en cada plano y en cada línea de diálogo. Empezando por los progenitores, todos parecen emocionalmente castrados. Incluso las relaciones adúlteras, que deben ser por definición apasionadas y excitantes, se caracterizan por una preocupante falta de emotividad. También los primeros tanteos de los personajes adolescentes con el sexo, el alcohol y las drogas carecen de todo sentido de la emoción. Los chavales se limitan a reproducir comportamientos que observan o intuyen en sus adultos, como tratándose de un ritual sin sentido ni capacidad de satisfacción. Incluso se niega a estos comportamientos el estatus de vehículos de placer instantáneo y efímero que suele caracterizarlos en el imaginario común. 

Ofrece La tormenta de hielo una desagradable constatación: no hay necesidad de sufrimiento explícito para dinamitar el sentido de la propia existencia. Simplemente el vacío, la ausencia de placer y la incapacidad para encontrarlo, son suficientes para que un sistema familiar vendido como ideal se desplome bajo su propio peso.