martes, 31 de agosto de 2010

Galletas y mierda

Me he levantado moralista. Quien me conoce sabe que, pese a mi aspecto jovial y juvenil, en mi interior habita un viejo rancio y malhumorado, una especie de Larry David envejecido. Suelo mostrar un carácter gruñón y quejumbroso, encontrando siempre algo sobre lo que echar mierda. Así que hoy, para mi primer escrito sobre publicidad, saco a mi viejo carca a pasear. Emulando a un columnista tipo de un diario de derechas cualquiera, voy a ponerme pesado y dar la tabarra con alguna moralina de ésas que normalmente tanto odio.

Pero es que la situación lo requiere. Solemos quejarnos, en general, de que los niños no hacen ni puto caso a sus padres. Algún pedagogo de prestigio decidió, resentido por las collejas que sus progenitores le propinaron, que a los niños hay que dejarlos hacer, permitir que aprendan de forma autónoma a partir de sus propios errores. Si a eso sumamos que muchos padres deciden alegremente delegar su responsabilidad educativa en la escuela, y viceversa, finalmente el papel educativo principal acaba residiendo en la televisión.

No hace mucho llevo viendo algunos anuncios que animan a los infantes a hacer lo que les venga en gana. El primero, el que tiene más miga, muestra a un niño que llega a su hogar con un paquete de una conocida marca de galletas. La madre, sin haberlo visto, le pregunta desde la cocina si ha comprado lo que le había encargado: cereales, huevo, miel... El chaval responde afirmativamente a todo con sonrisa pícara. Finalmente, la mujer descubre el engaño, aunque el niño da a entender que las galletas contienen todo lo que necesitaba su madre, la cual, en vez de soltarle una "galleta", se parte de risa ante el ingenio del maldito crío. Así que, ya sabéis, pasad de vuestra boba madre y compraos lo que os dé la gana con el dinero que os deje.

El segundo caso es el de una abnegada mujer que ve ante la puerta de su casa una cola de amigos (o ni eso) de su amigo Pablito, que han venido a cagar a su lavabo atraídos por el olor del ambientador que se publicita. La pobre mujer pone cara de resignación, lo que permite intuir que no va a mandar a los niños a tomar viento, como sería lógico. No puedo más que imaginarme a la señora limpiando la taza con una escobilla después de toda una tarde de cagadas infantiles, con las consecuentes salpicaduras en la cara de la mierda acumulada en las repugnantes cerdas.

En un futuro no muy lejano podremos ver en nuestros televisores anuncios protagonizados por diabólicos críos que robarán y pegarán a sus padres, y lo encontraremos del todo normal. Vale, ya vuelvo a meter al yayo en la jaula.