domingo, 27 de junio de 2010

La hoguera de las vanidades


















La hoguera de las vanidades
(1989) está dirigida por Brian de Palma y basada en la novela homónima de Tom Wolfe. Libro que no he leído, por lo que todas mis opiniones son acerca del film como tal, y no como adaptación.


Se trata de un tipo de películas que desgraciadamente ya no se hacen. A día de hoy la mayoría de obras cinematográficas insisten en inscribirse en un género determinado, incluso las buenas, y son pocos los estrenos que uno no se atreva a clasificar. Sin embargo nos encontramos ante una obra que tiene parte de drama, parte de comedia e incluso parte de historia "policíaca" o de juzgado.

Lo mejor (y para algunos puede que lo peor) de La hoguera de las vanidades es que parece incapaz de tomarse en serio a sí misma. Su desarrollo es totalmente convencional y su trama en un principio seria, pero está poblada de pequeños excesos, detalles que en ocasiones rozan el surrealismo y que en este caso acercan una película común al título de buena película. Secundarios como el fiscal del distrito que busca desesperadamente un caso en el que condenar a un blanco en el Bronx para ganarse el voto de la comunidad negra o el periodista borracho interpretado por Bruce Willis; historias como la del carrito lleno de mierda o la del avión que lleva árabes a la Meca; situaciones delirantes como la escena de la fotocopiadora o la de la escopeta. Todo son pequeños y no tan pequeños elementos del guión que, de no aparecer, dejarían a este film como uno más.

Pero La hoguera de las vanidades también ofrece interesantes reflexiones sobre temas como lo peligroso del "racismo positivo" o discriminación positiva, el poder manipulador de la prensa, la falta de escrúpulos en la lucha por el poder o la diferencia entre la justicia como valor o derecho y la justicia como proceso legal.

No estamos ante un peliculón con todas las letras, pero sí ante un film que se deja ver y que bien merece un par de horas muertas que dedicarle.

domingo, 20 de junio de 2010

Operación Mamarracho


Mientras escribo estas líneas está sonando de fondo el nuevo programa de Antena 3 Operación Momotombo. Si no han visto su primer capítulo ni los anuncios de su promoción, el título les podría incluso sonar bien, como a aventura exótica. Pero nada más lejos de la realidad.


Operación Momotombo se inscribe en una fórmula que parece hacer furor últimamente entre los productores televisivos: coger a un puñado de adolescentes y jóvenes que ni estudian, ni trabajan, ni tienen ninguna intención de hacerlo, y los ponen a currar y a convivir juntos mientras son grabados. Los chavales, además de ser unos vagos de cuidado, discuten, insultan o directamente agreden a miembros de su familia en su vida diaria. Que están hechos unos buenos piezas, vamos.

En esta ocasión se ha introducido un componente común ya en otros realities: mandarlos a Nicaragua a realizar una supuesta labor humanitaria. Obviamente, los beneficiados de este trabajo solidario son los miembros de las familias de cuyos anticristos particulares consiguen librarse durante unas semanas, más que los pobres nicaragüenses que intentan construir un comedor para niños con la ayuda de los zagales. Sobra decir que los jóvenes no dan un palo al agua, llegan tarde y faltan al respeto a los nativos. Por ello el carácter solidario del programa es una falacia: continuamente se insiste en la responsabilidad que tienen los participantes ("si no llegan a la hora, los niños no podrán comer" he llegado a leer en pantalla), pero resulta incomprensible que dicha responsabilidad sea real si lo que se pretende veraderamente es ayudar a los autóctonos en su labor.

Pero eso no es todo, ya que a lo largo del programa llama la atención la presencia de un personaje que deviene en el mayor perjudicado en esta pesada broma. Éste es la persona que debe encargarse de vigilar a los sujetos y motivarlos para el trabajo, nada más y nada menos que Julio Salinas, el famoso ex-futbolista y parece que ya ex-comentarista deportivo, que ya realizó la titánica labor de aguantar las tonterías del difunto Andrés Montes en La Sexta. A lo largo de cada programa podemos ver a un Salinas cada vez más delgado y con peor cara desesperarse intentando despertar a unos zánganos mal criados, riñéndolos y aguantando su insolencia cual niñera de la casa real intentando domar al pequeño Froilán. No alcanzo a imaginar lo negra que debe tener el alma el despiadado que engañó al pobre futbolista para que firmara el contrato.