domingo, 25 de octubre de 2009

Obama y el clan Corleone




Tal como dejé claro con el fútbol, en este blog pocas veces se va a hablar de política pues, aunque sea un tema que pueda incluir entre mis intereses generales, no entra dentro de la temática para la que está pensada este espacio. Aun así, puede que alguna vez, como en este caso, sea posible encontrar algún aspecto en que exista una relación clara o remota entre política y cine o televisión. También en esta ocasión, por primera vez el texto que sigue no es obra mía, sinó que está extraído directamente de la edición de
La Vanguardia del 24-10-09, y su autor es Pascal Boniface, director del Instituto de Relaciones Internacionales y Estratégicas de París. Este hecho extraordinario tiene poco que ver con la pereza habitual de un domingo al mediodía...


OBAMA Y EL CLAN CORLEONE

"Si recordamos la película
El Padrino, don Vito Corleone (interpretado por Marlon Brando), al frente de la más poderosa organización de la ciudad, es abatido por cinco disparos cuando pasea tranquilamente por las calles de Nueva York. ¿Cómo reaccionar?, se preguntan sus tres hijos. ¿Cómo preservar el dominio del clan ante este ataque sorpresa?

En un librito muy espiritual, The Godfather doctrine, dos autores estadounidenses, John Hulsman y Wess Mitchell, hacen una comparación entre la película El Padrino y la política exterior americana. ¿Acaso el filme de Coppola puede dar algunas indicaciones sobre el modo en que Estados Unidos debe conducir sus relaciones internacionales? Sí, responden los autores presentando la "doctrina del padrino". ¿Es que no existe un paralelismo entre el ataque contra Vito Corleone y los atentados del 11 de septiembre? En los dos casos la potencia dominante, segura de su fuerza, ha sido atacada violentamente y por sorpresa por un adversario al que no vio venir y del cual no ha entendido sus motivos.

Tres de los hijos de don Vito quieren responder de modo distinto a este nuevo desafío. Sus hijos representan, de hecho, las tres opciones de la política exterior norteamericana: la creencia en las instituciones, el neoconservadurismo y el realismo.

Tom Hagen, el hijo adoptivo de origen germanoirlandés, es el consejero jurídico de la familia. Cree que hay que responder a la amenaza del clan Sollozzo con una serie de acuerdos y compromisos recíprocos, lo que corresponde un poco a la visión liberal e institucional en boga en las filas demócratas y que encarnó, en su día, Woodrow Wilson. De hecho lo que desea tras el ataque a su padre es volver rápidamente al mundo que existía antes. Por ello propone un acuerdo con las otras familias. Su leitmotiv es: "Hay que hablar con ellos", partiendo del principio de que ellos prefieren el statu quo a la revolución y están interesados en apoyar un retorno a la paz si tienen mejor acceso a algunos recursos.

El segundo hijo, Sonny, desencadena una ofensiva unilateral y violenta contra la familia Sollozzo. Quiere arreglar el problema rápidamente y por la fuerza porque cree que eso juega a su favor. Su precipitación le lleva a no analizar la correlación de fuerzas. Es, de hecho, la posición neoconservadora. El intento de Sonny de asesinar a su cuñado, sospechoso de traición, que se transforma en una trampa en la que es asesinado es, de hecho, la guerra de Iraq, la trampa que se cerró sobre Estados Unidos.

La posición de Tom no puede tener éxito porque se efectúa a partir de una posición de fuerza que ya no existe, lo que imposibilita que la negociación sea suficiente para imponerse. Pero Sonny tampoco es coherente. Él tampoco está en condiciones de imponerse por la vía violenta. Sonny va a aislar al clan Corleone, unir a sus enemigos y ese recurso imprudente a la fuerza acelerará el declive de la familia. Priorizar las negociaciones o el recurso a la fuerza son, pues, dos posiciones ilusorias.

El tercer hijo, Michael, comprende que es necesario efectuar una gran reevaluación estratégica. Así que apostará por dejar fuera de juego a aquellos rivales a los que no puede reclutar y negociar con aquellos con quienes sería muy costoso oponerse. Al comienzo es un civil (está alejado de los asuntos de la familia y condena su deriva inmoral) pero será él quien hará eliminar físicamente a los jefes que rechazan pactar con él. Propone una mezcla de política del palo y la zanahoria. Ello permite mejores éxitos diplomáticos que el simple acercamiento institucional y ser un combatiente más eficaz que aquel que no ve más opción que la guerra. Sabe que el clan Corleone está debilitado estructuralmente por la evolución global de las relaciones de fuerza y usará a la vez la fuerza y la diplomacia.

Es esta posición de Michael la que los autores recomiendan a Obama. Es con esta política del palo y de la zanahoria como hay que tratar con Irán (proponiendo de un lado inversiones, reconocimiento diplomático por EE. UU., un compromiso de no intervención y, por otro lado, la perspectiva de una congelación de todas las inversiones que pondría a Irán de rodillas) y como hay que renovar el sistema de Breton Woods integrando en el mismo a los países BRIC, etcétera. Es así como, a la manera del clan Corleone, Estados Unidos seguirá siendo el primus inter pares en un mundo que ha cambiado completamente, usando a un tiempo el soft y el hard power.

Seguramente se podrá decir que apenas quedan ya partidarios de la opción Tom Hagen en Washington. Los seguidores de Sonny tampoco están en su mejor momento. En cuanto al método de Michael, es sobre todo una cuestión de dosificación. Falta que la comparación sea graciosa y el consejo, pertinente."

jueves, 8 de octubre de 2009

Anticristo


Horrorosa y bonita. Repugnante y cautivadora. Son algunos de los adjetivos con los que me permito calificar Antichrist, la última película del director danés Lars Von Trier. No había visto niguna película suya, y había vivido siempre ajeno al debate, recuperado para la ocasión de este último estreno, acerca de si se trata de un genio o de un farsante. Bien, después de haber visto la mencionada obra, no sabría en qué punto entre ambos extremos situarle.

Antichrist, aunque por su título pueda dar a entender lo contrario, no tiene nada que ver con el tema que trataba la película protagonista de la anterior entrada. En este caso, sólo aparecen dos actores(sin contar las fugaces apariciones de un niño): Willem Dafoe y la para mí desconocida Charlotte Gainsbourg. Interpretan el papel de un matrimonio que acaba de perder a su único y pequeño hijo. Él, psicólogo de profesión, lo asume con relativa compostura, pero ella se sume en una fuerte depresión aderezada con episodios de angustia que le impiden llevar una vida normal. El marido decide encargarse de su terapia, para lo que la lleva a una casita perdida en medio del bosque a la que llaman Edén, para que su mujer se enfrente a sus miedos.

Con este pretexto, Von Trier da rienda suelta a sus divagaciones más oscuras e inquietantes. En un principio la película funciona como un film de terror habitual, destacando sobretodo la angustiosa ambientación sonora y los movimientos de cámara que hacen estremecerte en la butaca de cine, sin que apenas aparezcan los clásicos sustos. Pero a medida que avanza la película, uno va dejándose atrapar por la atmósfera enrarecida que se va forjando entre conversaciones, silencios y miradas, y no puede evitar sentirse cada vez más aterrorizado sin saber muy bien por qué. Es entonces cuando todo explota, cuando se rompe la tensa calma y tienen lugar las polémicas escenas de sexo explícito y las repugnantes secuencias con toques gore, que te dejan totalmente impactado y descompuesto.

Pero la película no impacta únicamente en lo visual, ya que lo que ocurre, al menos en mi caso, tiene un impacto psicológico que sienta como una patada en lo más profundo del alma. Es la única vez que me ha faltado el aliento viendo una película, desde la primera escena a la última. Ante los hechos, el espectador queda perdido, no encuentra explicación para lo que ve, y permanece completamente fascinado por aquello que se le revela en ese momento, pero que siempre había estado escondido, acechando en los límites de su imaginación. La verdad es que me resulta difícil encontrar las palabras exactas para explicarme con suficiente claridad.

Posteriormente al visionado, uno se pregunta si una mente sana puede idear lo que acaba de ver. La respuesta es no, ya que Lars Von Trier confesó haber rodado Antichrist a modo de terapia para superar una profunda depresión. Mención aparte merecen las teorías sobre el origen del mal que la película desprende, sobre las que no me voy a extender aquí.

Seguramente exagere, pero no soy el primero en considerar el haber visto esta película en el cine como una experiencia difícil de olvidar.